Yapos.
Domingo 29.
Se murió enero.
Tristeza, llanto, lamento.
Todo ha quedado en silencio.
(...)
Las vacaciones se retuercen en agonía. No logro salir de mi estupor. Pero el despertador ya no suena. Igual respiro. Junto fuerzas. Bajo al mundo. El baño. El espejo. Mirada acusadora. Ojos cafés. Ojos culpables.
Vestido al fin. Pelo mojado. Toalla gentil. Secado con zapatos. Mis llaves, mis lentes. Mi dinero, mi bolso. Mi despedida. Abro la puerta. Mi mentira.
Salgo. Blanco, camisa blanca. Grande. Una señora. Moja la calle. Me observa. Se pregunta. Se recuerda de aquel cabro chico medio huevón. Paso. Ahora, huevón entero. La miro y nos miramos. Mueca de rutina. Saludo prosopéyico y verborrea altisonante. Mentira. Ni eso. Me desconoce. La desconozco. Sigo caminando. Su nombre? La vieja de la esquina. El mio? No sería capaz. Tal vez. A mis espaldas, pero no en mi cara.
Camino. Llego al metro. Antes, paso por el quiosco. La señora me ve, me sonríe. $600 y dos diarios. Le sonrío. Me marcho. Tomo el tren y me pierdo en las letras. Leo. Miro de reojo. Sorprendo a algunos curiosos. Sigo leyendo.
Los Leones. Mi estación. Me bajo. Me fusiono con la multitud. No hay música. Los artistas se levantan tarde. Gran escalera de caracol. Caminata acelerada. Se vence el plazo. Pero igual llego con 5 minutos de ventaja.
El dentista me ve, me saluda, pero no suelta el teléfono. Habla con un amigo? Parece. Es alguien muy cercano, necesita ayuda. Mi dentista le habla, le cuenta sobre los griegos. Que según ellos, existen 3 tipos de persona. Cerebrales, los racionales, él mismo. Hígado, viscerales, no da ejemplo. Corazón, emocionales, según él, su amigo. "Cuenta conmigo". "No esperaba tu llamado". "Qué bueno hablar contigo".
Miro y espero. Irritado. Sigo esperando. Transpiro. Una gota se desliza por el vidrio de mis lentes. Me los quito. Los maldigo. Me los pongo de nuevo. "Ya, nos vemos pronto". Alivio.
Soy atendido. Diez de la mañana. El hombre me mira, examina, descarta, sonríe. "Todo sanito". Bien. Así me gusta. No a las complicaciones. El cree que me controló. Quiere verme de nuevo, a fines de febrero. Cuando las vacaciones estén mosqueadas y llenas de gusanos. Y de paso, presupuesto. Frenillos. Dolor de cabeza.
Aquí termina enero dental.
Salgo. Espejo en la pared, al lado del ascensor. Sonrío. Aliento a menta. El tipo pasó un algodoncito perfumado. Desinfectante. Duele más que la cresta.
Quiero salir del edificio. Quiero variar, experimentar. Frente a mi, una puerta: salida de emergencia. ¿Por qué no? Mi vida es una emergencia. La abro por primera vez, y me lleva a un jardín. Qué lindo. Significativo. Adrenalina. Me siento estúpido. También, contento.
Victoria?
Humor negro?
Día negro?
Y sigue.
De vuelta al metro. Camino lentamente. Inamovible. La gente me hace el quite. Sonrío. Placentero.
(voz de niño: "mueran, hormigas!!")
No sé que hacer. Aburrido. Fome. Latero. Quiosco. Compro la guía turistica de Santiago. Vivo en mi ciudad. Desconozco mi ciudad. Me siento. Leo un rato. Al lado, una señora espera. Recorrido por el parque forestal. Me decido. No titubeo. La señora se fue, no me di cuenta. Me paro. De golpe, un rostro sonriente. Señora colectando dinero. Lucha contra el SIDA. Valiente. Le respondo con una sonrisa. Me entiende. Camino rápido al metro. No hay deuda.
Estación Baquedano. Olores varios. Teatro. Club de Go. Mother Fucker. Universidad de Chile. Camino, cruzo, dudo, cruzo, miro, llego al parque.
Gran parque. Muchos árboles. Demasiados, inmensos, majestuosos. Me llegan recuerdos, cuando niño, parques, en bicicleta, pastos, papá y mamá, fotografías y tiempos felices. También hay arte. Creación. Esculturas. Pero rayadas hasta la médula por hijos de puta. Veo a un tipo con cámara de fotos. Pro. Profesional. Me mira, se aparta, sigue en lo suyo. Fotografía las obras violadas. Me arrepiento. Remordimiento. Los hijos de puta también son artistas, pero contemporáneos.
En gustos, nada escrito.
Lo que sea. Camino. Miro. Miro mucho. Autos y árboles. Señoras y señores. Parejas, dúos. Pareja gay? Qué me importa, son libres. Camino sin rumbo. Mentira. Quiero ultrajar al Museo de Bellas Artes.
Y entre el neurópilo de ramas, aparece el edifico majestuoso. El pasado vuelve. Mi vergüenza y mi falla. El criminal vuelve a la escena del crimen.
Pero ya pagué mi condena.
De todas formas, lo rodeo. No penetro de inmediato. Disfruto cada milímetro, cada rasgo, cada detalle de la fachada. En una esquina, unos indigentes viviendo dentro de una casa (caja) de vidrio. Arte? Sigo. Detrás del museo un hermano pequeño. Otro Museo de Arte Contemporáneo. Admiro, camino lento. Entro. Me miran con curiosidad. Antes de mi, llega un joven. Agitado, deja su mochila y corre a ver arte. Desesperado? Quiere ver de nuevo a algún maestro? Busca algo perdido? En fin, entrego mi bolso y mi tiempo. Paseo.
Y paseo y paseo. Veo obras, entro a los dos museos. Hay cosas entretenidas, otras no tienen sentido, turistas, palabras raras y mujeres cansadas. Maridos impertérritos.
Y me aburrí de escribir. El punto seguido la lleva, pero el gurú ya lo dijo. "Todo lo que es mucho, es malo".
En fin. Demasiado para tan pocas horas.
Qué diablos? Ya es de día?
Sunday, January 29, 2006
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